
Enrique Gomez Carrillo y la «Légion de honor»
Enrique Gómez Carrillo nació en la ciudad de Guatemala, Guatemala, el 27 de febrero de 1873. En los albores de su juventud, hace el viaje a París a finales del año 1890, cuando solo tenía diecisiete años. Su vida se extingue en París el 29 de noviembre de 1927, a la edad de 54 años. Ahora descansa en el famoso cementerio de Père Lachaise, dejando tras de sí un impresionante legado literario que incluye alrededor de 80 novelas y cientos de artículos, lo que demuestra una vida rica en viajes, encuentros fascinantes, en obras literarias y pasiones amorosas E. Gomez Carrillo despierto entre tantas cosas dormidas.
Restablecer la verdad sobre relatos ya contados no altera en absoluto el desenlace de esas historias, pues ya han encontrado su lugar en las páginas de los libros. Así, la decisión de corregir o no esos relatos parece más un intento de enriquecer el placer de la lectura que de provocar una transformación real. En mi corazón guardo una anécdota que sigo viviendo y compartiendo: la de una medalla francesa. A lo largo de mi vida, he tenido la fortuna de cruzarme con almas, a veces por pura casualidad, pero estoy convencido de que soy yo quien va en su búsqueda. No creo en el azar; tengo la profunda convicción de que nuestras historias y caminos nos predisponen a reencontrar a esos seres, como si nuestros destinos estuvieran trazados desde el principio.
Al llegar a Europa, el destino me sonrió al cruzar el camino de una vieja fotógrafa. Ella me reveló que había sido una de las fotógrafas de Julio Cortázar, entre muchos otros. En el transcurso de unos meses, desbordamos todo el amor que teníamos por nuestra historia compartida, como si cada instante fuera un tesoro digno de ser atesorado. Nuestras almas se entrelazaron, calentando las frías noches del invierno de 1976, sin que jamás imagináramos que la llegada de la primavera la llamaría a Cuba, donde debía inmortalizar a un pintor de La Habana. Este artista, al igual que ella, no era un mero accidente en su vida.

La conexión que forjamos fue un hilo dorado que unió nuestras existencias, un lazo que trascendía el tiempo y el espacio. Cada conversación, cada risa compartida, se convirtió en un eco de la historia que llevábamos dentro, un canto a la vida que nos envolvía en su abrazo. La fotógrafa, con su mirada sabia y su corazón lleno de pasión, me enseñó que cada encuentro tiene un propósito, que cada ser que cruzamos en nuestro camino es un reflejo de lo que somos y de lo que anhelamos. Así, mientras ella se preparaba para su viaje a Cuba, su esencia permanecía en mí, como una medalla que brilla con la luz de los recuerdos, recordándome que el amor y la conexión son eternos, más allá de las distancias y del tiempo.
Cuando se preparó para partir, me ofreció una antigua caja de cigarros españoles, sin pronunciar más palabras que « adiós, querido ». En ese instante, el silencio se convirtió en un lenguaje profundo, y yo, con el corazón apesadumbrado, me alejé sin articular una sola sílaba, consciente de que ese momento quedaría grabado en mi memoria como un tesoro invaluable. Ese gesto, cargado de ternura, selló nuestra historia en el tiempo, un eco de un amor fugaz pero eterno. Así, aunque nuestros caminos se bifurquen, sé que cada encuentro y cada despedida son páginas de nuestro relato, una melodía agridulce que sigue resonando en el silencio de nuestras vidas.
La caja que sostengo en mi bolso me guía hacia la entrada de la línea 11 del metro, en la rue Rambuteau, con rumbo a Belleville. Mi vida ha transcurrido como un viaje en un vagón de metro, entre sacudidas inesperadas y paradas abruptas, a veces abarrotado de pasajeros, donde el aire se vuelve escaso, otras veces, extrañamente vacío, donde me encuentro sentado al fondo, sumido en un océano de recuerdos. Los años han pasado, desgastados por el inexorable paso del tiempo, hasta que sentí la irrefrenable necesidad de abrir esa caja de cigarros, relegada al olvido en un cajón polvoriento, como un relicario de momentos que anhelo revivir.

Dentro de la caja, cuidadosamente dobladas en cuartos, se encuentran dos cartas de Gómez Carrillo, un programa de una conferencia impartida por nuestro querido escritor, así como un menú de invitación a un restaurante parisino, impregnado de promesas de deleites culinarios. Así que una nota, vestigio del decreto 18736, que menciona las promociones del orden nacional de la Legión de Honor, fechada el 20 de junio de 1913, y la designación de Enrique Gómez Carrillo al grado de caballero. Entre estos tesoros, una medalla reposa en un estuche rojo, brillando como un recuerdo valioso, evocando los ecos de un pasado glorioso, repleto de historias y pasiones que aún laten en el fondo de mi ser.
Iliana un amor de la infancia ha surgido de manera inesperada en las encantadoras calles de París hasta llegar a la puerta de mi casa y como testimonio de « Treinta años de mi vida », le he ofrecido una carta impregnada de recuerdos nostálgicos. La segunda carta, por su parte, emprendió un viaje hacia Guatemala, escondida entre las pertenencias de una sobrina ansiosa por explorar Europa, sin otro regalo que esta misiva, que regresó a su lado como un eco del pasado.
Los susurros de antiguas historias traen a la mente una conexión entre Gómez Carillo y Margaretha Geertrudia Zelle, la seductora Mata Hari, cuyo nombre significa « ojo del día » en malayo. La Légion d’Honneur se considera un tributo de Francia al escritor por haber devuelto a la bailarina a las manos de las autoridades. Sin embargo, es crucial recordar que en 1913, mucho antes de que la sombra de la guerra se cerniera, ya había sido condecorado con esta distinción. Así, la verdad se revela, restaurando el orden de los acontecimientos.

Hace algunos años en busca del rastro de Gomez Carrillo pasé por su casa la de Nice es seguramente el lugar de la fotografía con consuelo. Como también pase por la casa de la avenida de la Castellana a París(?) Una vez con el Poeta José Mejia fuimos a “La Moutone” que fuera propiedad de Saint Exupery, Pepe debía ver algunos documentos sobre Gomez Carrillo, creo que preparaba una obra sobre los escritores guatemaltecos. Vi algunas cosa de nuestro cronista y unas pinturas de Consuelo tuve un poco de nostalgia lo confieso.
Luis Paraiso
Enero de 1990
Lejos de Paris

Enrique Gomez Carrillo voit le jour à Guatemala-City, au Guatemala, le 27 février 1873. À l’aube de sa jeunesse, il fait le voyage vers Paris à la fin de l’année 1890, alors qu’il n’a que dix-sept ans. Sa vie s’éteint à Paris le 29 novembre 1927, à l’âge de 54 ans. Il repose désormais dans le célèbre cimetière du Père Lachaise, laissant derrière lui un héritage littéraire impressionnant, comprenant environ 80 romans et des centaines d’articles, témoignant d’une existence riche en voyages, en rencontres fascinantes, en œuvres littéraires et en passions amoureuses. .En éveil parmi tant, de choses endormies
Rétablir la vérité sur des récits déjà narrés ne modifie en rien l’issue de ces histoires, car elles ont déjà pris leur place dans les pages des livres. Ainsi, que l’on choisisse de corriger ou non ces récits, cela semble davantage destiné à enrichir le plaisir de la lecture qu’à apporter une réelle transformation. Je chéris en moi une anecdote que je continue de vivre et de transmettre : celle d’une médaille française. Dans ma vie, il m’est arrivé de croiser des âmes, parfois par un pur hasard, mais je suis convaincu que c’est moi qui vais à leur rencontre. Je ne crois pas au hasard ; j’ai cette intime conviction que nos histoires et nos parcours nous prédisposent à retrouver ces êtres, comme si nos chemins étaient tracés d’avance.
À mon arrivée en Europe, j’ai eu la chance de croiser le chemin d’une vieille photographe. Elle m’a révélé qu’elle avait été l’une des photographes de Julio Cortázar, parmi tant d’autres. En quelques mois, nous avons déversé tout l’amour que nous avions pour notre histoire, comme si chaque instant était un trésor à chérir. Nos âmes se sont entremêlées, réchauffant les nuits glaciales de l’hiver de 1976, sans jamais imaginer que le printemps l’appellerait à Cuba, où elle devait immortaliser un peintre de La Havane. Ce peintre, tout comme elle, n’était pas un simple hasard dans son existence.
Lorsqu’elle s’est préparée à partir, elle m’a offert une vieille boîte de cigares espagnols, sans prononcer d’autres mots que « adieu, mon chéri ». Et moi, je suis parti sans un mot, conscient que ce moment était déjà gravé dans ma mémoire comme un souvenir précieux. Ce geste, empreint de tendresse, a scellé notre histoire dans le temps, un écho d’un amour éphémère mais éternel. Ainsi, même si nos chemins se séparent, je sais que chaque rencontre, chaque adieu, est une page de notre récit, une mélodie douce-amère qui continue de résonner dans le silence de nos vies.
La boîte que je tiens dans ma besace me guide vers l’entrée du métro 11, située rue Rambuteau, en direction de Belleville. Mon existence s’est écoulée tel un voyage en wagon de métro, entre secousses inattendues et arrêts brusques, parfois bondée de passagers, où l’air se fait rare, et d’autres fois, étrangement vide, où je me retrouve assis au fond, perdu dans un océan de souvenirs. Les années se sont écoulées, broyées par le passage du temps, jusqu’à ce que je ressente l’irrésistible besoin d’ouvrir cette boîte de cigares, reléguée à l’oubli dans un tiroir poussiéreux.
À l’intérieur, délicatement pliées en quatre, se trouvent deux lettres de Gomez Carrillo, un programme d’une conférence donnée par notre écrivain bien-aimé, ainsi qu’un menu d’invitation à un restaurant parisien, empreint de promesses de délices. Une note, vestige du décret 18736, évoque les promotions de l’ordre national de la Légion d’honneur, datée du 20 juin 1913, et la nomination d’Enrique Gomez Carrillo au grade de chevalier. Parmi ces trésors, une médaille repose dans un étui rouge, scintillant comme un souvenir précieux, rappelant les échos d’un passé glorieux, chargé d’histoires et de passions.
Un amour d’enfance est venue faire une apparition inattendue dans les rues enchanteresses de Paris, et en témoignage de « Trente ans de ma vie », je lui ai offert une lettre empreinte de souvenirs. La seconde, quant à elle, a pris son envol vers le Guatemala, glissée dans les bagages d’une nièce avide de découvrir l’Europe, n’ayant d’autre présent à lui offrir que cette missive, qui a fait le chemin du retour avec elle.
Les murmures des histoires anciennes évoquent une liaison entre Gomez Carillo et Margaretha Geertrudia Zelle, la sensuel Mata Hari – « œil du jour » en malais tandis que la Légion d’Honneur est perçue comme un hommage de la France à l’écrivain pour avoir remis la danseuse aux mains des autorités. Pourtant, il est essentiel de rappeler qu’en 1913, bien avant l’ombre de la guerre, il avait déjà été honoré de cette distinction. Ainsi, la vérité se dévoile, rétablissant l’ordre des choses.
Luis Paraiso
Janvier 1990
