El clarinetista que tocaba jazz

Mi padre se llamaba Ramon, nació en Jutiapa, tenía tres hermanas y una mamá . Su padre era militar, que murió en Amatitlán de pulmonía; con el grado de teniente, era el encargado de la autoridad de un pueblo de por ahí, se llamaba Sarvelio. Mi padre en su adolescencia iba de fiesta en fiesta, de circo en circo con su hermana Teresa en los alrededores de Jutiapa. Eran cantantes, amenizaban fiestas; cuando el circo era malo, se oía gritar al publico: “¡Que cante Teresita y Monchoooo!”

Su vida de cantante comenzó mal; se quedó huérfano de padre y con esto se convierte en el sostenimiento familiar. Su primer trabajo a finales de la adolescencia fue el de curtidor de cueros en una tenería de la familia. Los primeros pasos de cantante se desvanecieron en las fosas de curtir pieles. Al final de unas semanas de trabajo, parece que se fue a reclamar su sueldo al encargado, quien le respondió que ya le habían pagado a su mamá por adelantado. Tanta es la necesidad cuando el padre ya no está.

Pienso que una persona, aunque la voluntad sea grande y los esfuerzos duplicados, nada puede detener el pasado; es como cuando un diafragma de cámara fotográfica se abre y se cierra a la velocidad del tiempo presente: el retrato ya está hecho y así se queda. Me parece que la pobreza tiene por objeto reducir el horizonte de las personas; quizás es por eso que las revoluciones no cambian nada. Incluso existe una complicidad entre el estado actual de las cosas y los revolucionarios.

Podría decir de mi padre…. Que hablaba poco, contaba poco y que las cosas que supo d él fueron conversaciones llevadas por algunos familiares. Él nunca nos contó de su padre ni de su mamá, mi abuela, que se llamaba María Dolores. Nunca he encontrado una persona que llevara tan justamente este nombre. Tanto sufrió del primer día de nacida; aunque su padre la declaró al registro civil, nunca aceptó que llevara su nombre Zea. Al final nunca fue una ventaja, aunque con el tiempo mi padre pagó un abogado para abolir esta circunstancia legalmente.

Mi padre nunca abandonó el deseo de ser músico; siempre andaba detrás de las orquestas y las fiestas, siempre pegado a la marimba. Parece que ya, cansado de tanto correr detrás del destino, entre trabajos de curtidor de cueros, arriero de caballos y el de albañil, se cayó del andamio, se quebró varias costillas y parece que sus hermanas y mi abuela María la pasaron mal.

Al cumplir 18 años, se fue al parque central de Jutiapa. Era temporada de que agarraban en la calle a los jóvenes para llevarlos forzados a prestar servicio militar; creo que era él, el único voluntario. Vaya manera de afrontar la responsabilidad de jefe de familia, una madre y tres hermanas. Supe que, por una relación de mi abuelo Sarvelio, él pudo ingresar a la escuela de sustitutos militares.

Escuela de sustitutos militares: “García Granados apoyó la educación y las artes. En 1871 invitó al director de orquesta italiano Pietro Visoni a quedarse en Guatemala y convertirse en director de la principal banda militar. Posteriormente, Visoni fundó la Banda Sinfónica Marcial y la Escuela de Sustitutos, el primer conservatorio de música formal en Centroamérica. Después de que García Granados renunció, Barrios sirvió como presidente hasta mediados de la década de 1870.”

Fue en esos años de estudiante de música marcial que conoció a mi madre; ella se llamaba Adela, su familia venía de Villalobos, Barcenas, Villa Nueva y de Chinautla, región de la nación pokomam, ella era descalza… No recuerdo bien, parece que era vendedora de tortillas, mi abuela pancha era tortillera y lavandera justamente no sé.

Mi padre venía de unos pedazos de familia zurcidos por las venganzas, desprecios,insultos, abandonos y otros tipos de pobreza; llegar donde los Jiménez Velásquez fue lo que mejor le podía pasar en todos esos años. A mi abuelo Mariano también le gustaba la música; él interpretaba una de música rara, no sé si era folclórica. Esta música resonaba en los campos de Villa-Lobos, Villa-Nueva y Barcenas, que en aquellos tiempos eran rincones olvidados de Guatemala. Hacer la fiesta era una manera de no dejarse olvidar por el destino, lejos de la imaginación de las otras gentes.

Tenía una vida de jornalero, trabajaba en plantaciones de tabaco y, durante años, se vio obligado a esconderse de la guardia de Jorge Ubico. En ese entonces, ser indio o ser pobre o los dos a la vez era ya un delito, pudiendo ser condenado a los trabajos forzados.

Decreto Número 1996: Ley contra la vagancia

9º- Los jornaleros que no tengan comprometidos sus servicios en fincas, ni cultiven, con su trabajo personal, por lo menos tres manzanas de café, caña o tabaco, en cualquier zona; tres manzanas de maíz, con dos cosechas anuales en zona cálida; cuatro manzanas de maíz en zona fría; o cuatro manzanas de trigo, patatas, hortalizas u otros productos, en cualquier zona.

Después de que el injusto Rufino Barrios « robó » a los indios la tierra, los obliga a que la cultiven y dice tres hectáreas. ¿De qué tierra habla?

Mi abuelo nunca dejó un legado de música; él era campesino, jornalero y en esa época su búsqueda era más bien una huida del régimen del general Jorge Ubico, lo que limitó su expresión artística. A pesar de ello, con sus amigos viejos hizo que su música resonara en el aire los días de bautizos, casamientos, cumpleaños, creando un eco de felicidad que perdura en mi memoria.

Estos recuerdos, aunque fugaces, son un tesoro invaluable que me conecta con mis raíces y me recuerda la belleza de la vida a través de la música. Cuando conocí a mis abuelos ya estaban viejos, y todavía bailan en mi memoria los recuerdos de oírlo tocar la guitarra con su banda de músicos viejos.

Él, que había nacido en Villalobos,se quedó huérfano de padre a los diez años, usaba caites y trabajó de jornalero desde adolescente; no sé cómo aprendió la música, sabía también leer. Nunca se jubiló de algo; esos viejos de esos tiempos fueron los mendigos de los años siguientes, los que murieron en las calles abandonados o arrinconados, pidiendo posada a otros pobres. Parece que en esos tiempos pasaron varias revoluciones y dicen que las revoluciones sirven para mejorar la suerte de los pobres.

Nosotros éramos una enorme familia que, por herencia moral de ser indios y por costumbre, los hijos toman a cargo a los padres hasta el fin de sus días y así fue; no murió arrimado ni en la calle. Recuerdo que mi abuela, en su bondad, recibió familiares lejanos de familias extinguidas y los acompañó hasta el final. Mi abuela decía que cuando uno se muere, el creador le daba a todos un tiempo para ir por todos esos lugares por donde uno anduvo para recoger todas esas cosas que produce el cuerpo: las uñas, los cabellos y las lágrimas.

Siendo viejo, mi abuelo trabajaba como repartidor del periódico “El Imparcial”. Él salía del taller de impresión a las 4 de la tarde, que quedaba en la 7.ª calle de la zona 1, y su recorrido de repartidor iba hasta La Pedrera, Cementos Novela, Proyecto 4-4. Había lectores en esos lugares y mi abuelo les llevó el periódico durante años; es posible que nunca supieron quién les Llevaba las noticias. Los nietos lo esperábamos siempre y durante el momento de su cena, ahí por las diez de la noche, nosotros leíamos el periódico iluminados por un candil de queroseno.

Recuerdo que mi abuelo se dedicaba a escribir y adaptar « loas ». La loa es una forma teatral que tenía como propósito moralizar y amonestar a las personas; estas escenas se ejecutan durante fiestas religiosas de su región. Al principio era un monologo; luego se transformó en una conversación con mayor acción dramática. Se precedía de unos tonos musicales con guitarras, vihuela y arpa En su vida cotidiana, cultivaba maíz, frijoles, ayotes, chilacayotes, guisquiles e ichintal; era un terreno prestado donde también crecía una plantación de guineos majunches.

Estas actividades no solo reflejan su conexión con la tierra, sino que también son un testimonio de la herencia cultural que ha influido en mi vida y en la de mi familia. Cuando lo conocí, ya era un viejo y ya sabía leer y escribir.

De igual manera que mi abuelo, a mi padre, cuando lo conocí, ya era papá; también el de otros dos varones y después el de otras personas, y nos llamábamos siempre hermanos.

Luis Paraiso Montauroux 2024






Luis

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