Manuel José Arce dilema de libertad

*Manuel José Leonado Arce Leal: escritor guatemalteco nacido en Guatemala en 1935. Poeta y dramaturgo, es considerado uno de los escritores guatemaltecos más importantes de la segunda mitad del siglo XX. Fue secretario privado del Premio Nobel de literatura M. A. Asturias y su discípulo. Ha amado su patria Guatemala y ha manifestado siempre su deseo de regresar. Le acompañaremos en su voluntad de volver a ver su patria que nunca dejó de amar.

Recuerdo con claridad el instante en que preparé meticulosamente mi mochila para un viaje que marcaría mi vida para siempre. Han pasado más de cincuenta años desde aquel día lejano en el que partí sin la certeza de regresar. Mi corazón estaba cargado de la tristeza de dejar atrás a todos los que amaba: mis padres, mis hermanos, mis amigos, y todo lo que temía que se desvaneciera en el olvido, sumido en las sombras del dolor. Había tantos recuerdos, tantos rostros que dejaba atrás, y sentía la necesidad de prometerles que nunca los abandonaría, que llevaría una parte de ellos conmigo, sin importar la distancia que nos separara.

La decisión de dejar atrás mi pasado para aventurarme hacia el Viejo Continente estaba impregnada de una extraña melancolía. Aunque la vida en Guatemala no me ofrecía muchas oportunidades, podría haber optado por seguir el sueño americano, convirtiéndome en un simple mano de obra en los mataderos de pollos de aquel país del norte. Sin embargo, una parte de mí estaba profundamente conectada a ese legado europeo, y no quería que el cordón umbilical de la ruta panamericana me uniera a un lugar que parecía haber olvidado a aquellos que anhelaban un futuro más allá de los Estados Unidos. Era un dilema, una lucha interna entre el deseo de explorar nuevos horizontes y la nostalgia de un pasado que no quería dejar atrás.

Mi llegada a Dinamarca coincidió con el inicio del otoño, una época en la que las hojas se visten de tonos cálidos y el aire se torna más fresco. Un amigo me había regalado una chaqueta, pero lamentablemente, no logró protegerme del frío seco que se siente en Copenhague. En mi mochila llevaba algunas pertenencias: artículos de higiene personal, dos pantalones, dos camisas, tres pares de calcetines y siete libros. Entre ellos se encontraban la metodología de Adrián Inés Chávez para aprender el idioma k’iche’, « El Tigre » de Flavio Herrera, « Recordación Florida » de Fuentes y Guzmán, « Treinta años de mi vida » de Gómez Carrillo y dos poemas de Gabriel Serrano. Así se configuraba mi fortuna, acompañada de cincuenta dólares, un símbolo de mi riqueza en aquel momento.

Los libros siempre han ejercido sobre mí una fascinación profunda, casi instintiva. Valoro enormemente el acto de escribir, ese gesto sagrado que une el pensamiento con la mano, los dedos que danzan sobre el papel, tejiendo recuerdos del pasado y sueños para el futuro. Cada palabra escrita es una conexión con las emociones, ya sea amor, dolor, lágrimas o gritos. Estas páginas escritas reflejan la vida, las relaciones con la familia, con una nación, e incluso con las pequeñas criaturas que habitan nuestro mundo, desde los insectos y los pájaros hasta los misterios del sueño y las promesas de un nuevo amanecer.

Desde mi infancia, he estado atormentado por enigmas que se convierten en preguntas sin respuesta. ¿Qué razones hay para que el Códice de Dresde se conserve en la Biblioteca Estatal de Sajonia? ¿Qué justifica la existencia del códice Tro-Cortesianus en el Museo de América en Madrid? ¿Por qué el Códice de París se encuentra en la Biblioteca Nacional de Francia? Y qué decir del fragmentario códice mexicano, conocido anteriormente como el códice Grolier, que reposa en el Museo Nacional de Antropología de México, vinculado al Grolier Club de Nueva York. Estas inquietudes alimentan mi curiosidad y me impulsan a indagar en los misterios de nuestra historia compartida.

Recuerdo una conversación que tuve en casa de Manuel, donde discutimos las atrocidades cometidas contra los libros a lo largo de la historia. Hablamos de lugares emblemáticos como el Palacio de Xianyang en China y los archivos estatales que sufrieron la ira de Xiang Yu. La biblioteca de Antioquía, destruida por el general Joviano, así como la célebre biblioteca del Serapeo en Alejandría, la biblioteca de Ctésifon en Irán, la de Al Hakan II en Córdoba, la biblioteca de Ray en Persia y la biblioteca imperial de Constantinopla, son solo algunas de las muchas instituciones culturales que fueron arrasadas por ejércitos, a menudo bajo pretextos de conquista, religión, saqueo o simple robo

Los pueblos indígenas de América han padecido enormemente la pérdida de sus textos sagrados y literarios, víctimas de las invasiones europeas y de la colonización. Recuerdo con claridad que el primer europeo en pisar estas tierras fue Cristóbal Colón, un nombre que resuena con ecos de destrucción y despojo. Las repercusiones de estos actos fueron devastadoras, borrando siglos de cultura y conocimiento, y dejando un vacío inmenso en el legado literario y espiritual de estas civilizaciones. La riqueza de sus tradiciones orales y escritas se vio truncada, y con ello, una parte fundamental de la identidad de estos pueblos se desvaneció en el aire, como si nunca hubiera existido.

Manuel, un ferviente defensor de la preservación del conocimiento, logró traer su biblioteca a Francia, y juntos pasamos horas sumergidos en sus tesoros literarios. Nuestras conversaciones abarcaban no solo los libros y sus autores, sino también las historias de aquellos lectores que sufrieron en el camino: los heridos, los encarcelados, los exiliados, los fugitivos, y aquellos que desaparecieron o fueron asesinados simplemente por el hecho de poseer un libro. Cada volumen que abríamos se convertía en una ventana hacia un mundo que se había perdido, un testimonio conmovedor de las luchas por el saber y la libertad de expresión a lo largo de la historia, recordándonos la fragilidad de la cultura y la importancia de su salvaguarda.

Pasamos horas compartiendo risas y conversando sobre esas almas apasionadas por los libros, aquellos que han amado a los demás, a las plantas y a los animales. Estas personas que encuentran placer en sentir, en respirar, en seducir y en compartir las historias de cómo tantos volúmenes de su biblioteca han llegado hasta Francia. Cada relato era una celebración de la vida y de la literatura, un tributo a quienes han sabido apreciar la belleza del mundo a través de las páginas que han leído y atesorado.

Armand Gatti vio en la decisión de Manuel de hacer venir la biblioteca desde Guatemala por vía marítima un acto de resistencia genuino. Para él, mantener viva la cultura es una lucha fundamental, y por ello, Gatti creó en 1985 un filme titulado « El corresponsal de guerra », que destaca la importancia de esta biblioteca. La valiente elección de Manuel simboliza la batalla por la preservación de la cultura y el conocimiento, un gesto poderoso en un mundo donde el arte y la literatura a menudo enfrentan amenazas y desafíos.

Estoy convencido de que preservar, salvar, escribir, vender y recordar lo escrito también constituye un acto de resistencia, una afirmación de la vida misma. El silencio es una rendición a la lucha, una aceptación de lo inaceptable. Cuando recibí la llamada de la esposa de Manuel informándome sobre su fallecimiento, una profunda tristeza me invadió. En ese momento, sentí que algo en mí también se apagaba, como si una parte de mi ser se desvaneciera con él, dejando un vacío inmenso en el paisaje de mi memoria que nunca podría ser llenado.

Años después, durante un viaje a Budapest, me encontré con una librería antigua que parecía un verdadero santuario de la literatura, repleta de libros, discos y papeles amarillos por el paso del tiempo. Fue en ese lugar mágico donde tropecé con una obra de Roberto Obregón titulada La flauta de Ágata. Al pasar las páginas, me sorprendió hallar, como si fuera un tesoro escondido, un recorte de periódico que servía de marcador. Este fragmento era un artículo de El Diario de un escribiente, titulado de manera intrigante « Como soy », escrito por Manuel José Arce. En ese instante, me vi transportado a un mundo donde el pasado y el presente se entrelazan, desvelando relatos que habían caído en el olvido.

Adentrarme en esa librería y explorar sus rincones en busca de joyas literarias, hasta dar con ese libro y el recorte de periódico, dejó una huella imborrable en mi memoria. Comprendí que un viajero anónimo, que había pasado por Hungría, había dejado una parte de la historia de Manuel entre los libros. El simple gesto de recortar un artículo para conservarlo como recuerdo me llevó a reflexionar sobre la fragilidad de la memoria y la necesidad de recordar. Esta revelación me enseñó que la verdadera muerte ocurre cuando uno es olvidado, una lección conmovedora que guardo conmigo, enriqueciendo así mi experiencia de viaje en este vasto mundo.

*Dante Sauveur Gatti, connu
sous le nom d’Armand Gatti, est né le 26 janvier 1924 à Monaco
journaliste, poète, écrivain, dramaturge, metteur en scène,
scénariste et réalisateur français, engagé dans une démarche
libertaire. Impliqué dans la Résistance dès 1942, il fut arrêté
en 1943.

Luis Paraiso

Manuel José Arce: Le choix de la lierté

Manuel José Leonardo Arce Leal : écrivain guatémaltèque né au Guatemala en 1935. Poète et dramaturge, il est considéré comme l’un des écrivains guatémaltèques les plus importants de la seconde moitié du XXe siècle. Secrétaire privé du prix Nobel de littérature M. A. Asturias. Il a aimé sa patrie, le Guatemala, et a toujours manifesté son désir de revenir.

Je me remémore encore le moment où j’ai soigneusement préparé mon sac à dos pour ce voyage à jamais. Cela fait maintenant plus de cinquante ans, un lointain souvenir du jour où je partais sans l’assurance d’un retour. Mon cœur était lourd de l’envie d’emporter avec moi tous ceux qui comptaient : mes parents, mes frères et sœurs, mes amis, ainsi que tout ce qui risquait de sombrer dans l’oubli et de se perdre dans les ombres du chagrin. Il y avait tant de souvenirs, tant de visages à quitter, et je me sentais obligé de leur promettre que je ne les abandonnerais jamais, que je garderais une part d’eux en moi, peu importe la distance.

La décision de quitter tout mon passé pour le Vieux Continent était empreinte d’une étrange souffrance. Bien que la vie au Guatemala ne m’offrait guère de perspectives, j’aurais pu choisir de poursuivre le rêve américain, de devenir un simple tâcheron dans les abattoirs de poulets de ce pays du Nord. Pourtant, une partie de moi était profondément ancrée dans cet héritage européen, et je ne souhaitais pas que le cordon ombilical de la route panaméricaine me relie à un lieu qui semblait avoir tourné le dos à ceux qui aspiraient à un avenir ailleurs qu’aux États-Unis. C’était un dilemme, un tiraillement entre le désir de découvrir de nouveaux horizons et la nostalgie d’un passé que je ne voulais pas oublier.

Mon arrivée au Danemark coïncidait avec le début de l’automne, une saison où les feuilles se teintent de couleurs chaudes et où l’air devient plus frais. Un ami m’avait offert un blouson, mais hélas, il n’a pas su me protéger du froid sec qui règne à Copenhague. Dans mon sac, je transportais quelques affaires : des articles de toilette, deux pantalons, deux chemises, trois paires de chaussettes, ainsi que sept livres. Parmi eux, la méthode d’Adrian Inés Chávez pour apprendre l’idiome kiche, Le Tigre de Flavio Herrera, Recordación Florida de Fuentes y Guzman, et Trente ans de ma vie de Gomez Carrillo. Voilà ce qui constituait ma fortune, accompagnée de cinquante dollars, symbole de ma richesse.

Les livres exercent sur moi une fascination profonde, presque instinctive. J’accorde une grande valeur à l’acte d’écrire, à ce geste sacré qui unit la pensée à la main, aux doigts qui dansent sur le papier, tissant des souvenirs du passé et des rêves pour l’avenir. Chaque mot écrit est une connexion avec les émotions, qu’il s’agisse de l’amour, de la douleur, des larmes ou des cris. Ces pages sont le reflet de la vie, des relations avec ma famille, avec une nation, et même avec les petites créatures qui peuplent notre monde, les insectes, les oiseaux, en passant par les mystères du sommeil et les promesses d’un nouveau jour.

Depuis mon enfance, je suis hanté par des énigmes qui se transforment en questions sans réponses. Pourquoi le Codex de Dresde est-il conservé à la Bibliothèque d’État de Saxe ? Qu’est-ce qui justifie la présence du codex Tro-Cortesianus au Musée de l’Amérique à Madrid ? Pourquoi le Codex dit de Paris se trouve-t-il à la Bibliothèque nationale de France ? Et que dire du codex mexicain, fragmentaire, qui repose au musée national d’anthropologie de Mexico, anciennement connu sous le nom de codex Grolier, lié au Grolier Club de New York ? Ces interrogations nourrissent ma curiosité et m’invitent à explorer les mystères de notre Histoire collective.

Je me remémore une discussion prenant chez Manuel, où nous avons abordé les atrocités perpétrées contre les livres à travers l’histoire. Nous avons évoqué des lieux emblématiques tels que le Palais de Xianyang en Chine et les archives d’État, qui ont subi la fureur de Xiang Yu. La bibliothèque d’Antioche, anéantie par le général Jovien, ainsi que la célèbre bibliothèque du Serapeum à Alexandrie, la bibliothèque de Ctésiphon en Iran, celle d’Al Hakan II à Córdoba, la bibliothèque de Ray en Perse, et la bibliothèque impériale de Constantinople, figurent parmi les nombreuses institutions culturelles détruites par des armées, souvent sous prétextes de conquête, de religion, de pillage ou de simple vol.

Les peuples autochtones d’Amérique ont également souffert de la perte de leurs écrits sacrés et littéraires, victimes des invasions européennes et des colons. Je garde en mémoire que le premier à poser le pied sur ces terres fut Christophe Colomb, un nom qui résonne avec des échos de destruction et de perte. Les conséquences de ces actes ont été dévastatrices, effaçant des siècles de culture et de savoir, laissant derrière eux un vide immense dans l’héritage littéraire et spirituel de ces civilisations.

Manuel, passionné par la préservation du savoir, a réussi à ramener sa bibliothèque en France, et nous avons passé des heures à explorer ses trésors littéraires. Nous avons discuté des livres, des écrivains, des auteurs, mais aussi des lecteurs qui ont souffert, des blessés, des emprisonnés, des exilés, des fugitifs, et de ceux qui ont disparu ou ont été assassinés simplement pour avoir possédé un livre. Chaque volume était une fenêtre sur un monde perdu, un témoignage poignant des luttes pour la connaissance et la liberté d’expression à travers les âges.

Nous avons passé des heures à échanger des rires et à discuter de ces âmes passionnées par les livres, de ceux qui ont chéri les autres, les plantes, les animaux. Ces personnes qui trouvent du plaisir à ressentir, à respirer, à séduire et à partager les histoires de la manière dont tant d’ouvrages de leur bibliothèque ont fait le voyage jusqu’en France. Chaque anecdote était une célébration de la vie et de la littérature, un hommage à ceux qui ont su apprécier la beauté du monde à travers les pages.

Armand Gatti* a perçu dans la décision de Manuel d’acheminer la bibliothèque depuis le Guatemala par cargo un véritable acte de résistance. Pour lui, faire vivre la culture est un combat essentiel, et c’est pourquoi Gatti a réalisé un film intitulé Le correspondant de guerre en 1985, qui met en lumière cette bibliothèque. Ce choix audacieux de Manuel symbolise la lutte pour la préservation de la culture et des savoirs, un geste fort dans un monde où l’art et la littérature peuvent parfois être menacés.

Je suis convaincu que préserver, sauver, écrire, vendre et mémoriser l’écrit constitue également un acte de résistance, une affirmation de la vie. Se taire, c’est renoncer à la lutte, c’est accepter l’inacceptable. Lorsque j’ai reçu l’appel de l’épouse de Manuel m’annonçant son décès, une profonde tristesse m’a envahi. À cet instant, j’ai ressenti que quelque chose en moi s’éteignait également, comme si une part de mon être s’évanouissait avec lui, laissant un vide immense dans le paysage de ma mémoire

Quelques années plus tard, lors d’un voyage à Budapest, je me suis aventuré dans une librairie ancienne, un véritable trésor regorgeant de livres, de disques et de vieux papiers. C’est là que j’ai découvert un ouvrage de Roberto Obregon intitulé La flauta de Agata. En feuilletant les pages, j’ai été surpris de trouver, en guise de marque-page, un extrait de journal soigneusement découpé. Ce morceau de papier était un article tiré de El Diario de un escribiente, portait le titre évocateur de « Como soy », écrit par Manuel José Arce. Ce moment de découverte m’a transporté dans un univers où le passé et le présent se mêlent, révélant des histoires oubliées.

Pénétrer dans cette librairie, explorer ses recoins à la recherche de trésors littéraires, et finalement mettre la main sur ce livre et ce morceau de journal m’ont profondément marqué. J’ai réalisé qu’un voyageur anonyme, de passage en Hongrie, avait laissé une empreinte de son existence à travers ces mots. Ce simple acte de découper un article pour le conserver comme souvenir m’a fait réfléchir sur la fragilité de la mémoire et l’importance de ne pas oublier. En effet, cette découverte m’a appris que l’on ne meurt véritablement que lorsque l’on est oublié, une leçon poignante que j’emporte avec moi, enrichissant ainsi mon expérience de voyage dans ce monde.

*Dante Sauveur Gatti, connu sous le nom d’Armand Gatti, est né le 26 janvier 1924 à Monaco journaliste, poète, écrivain, dramaturge, metteur en scène, scénariste et réalisateur français, engagé dans une démarche libertaire. Impliqué dans la Résistance dès 1942, il fut arrêté en 1943.

Luis Paraiso.

Luis

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