
Juan Jacobo Rodríguez Padilla nació el 20 de agosto de 1922 en Guatemala , en una familia de artistas, donde la pintura y la escultura se mezclaban con las raíces mayas. Su pasión por el arte era tan grande como su apego a su país, que siempre ha sido una fuente de inspiración para él. Aunque amaba París, tomó la decisión de abandonarlo el 5 de octubre de 2014 a los 92 años, sin jamás renegar de sus raíces guatemaltecas. Su vinculación con la cultura y el patrimonio artístico de Guatemala ha sido inquebrantable a lo largo de toda su vida. Al conocer a Jacobo, tuve la sensación de que era Guatemala quien lo había abandonado, una reflexión sobre cómo algunos países tratan a sus hijos pródigos.
La aparición de una amistad con Jacobo tiene sus raíces en mi encuentro con Yvan de Léon, su sobrino, en la escuela primaria de la Orden de Malta. En esa época, Yvan vivía con su familia en la colonia «Milles Rock», un conjunto que agrupa tres colonias distintas: La 3 de Julio, La 1ero de Septiembre y Milles Rock. Yo tenía unos once años y estábamos en la misma clase, compartiendo también por la mañana momentos de aprendizaje en un taller agrícola, una iniciativa que pretendía ocupar nuestro tiempo de manera constructiva, probablemente en los años 1966. recuerdo los gritos de Katine, llamando Yvan por orden de su madre Fantine todavía resuenan en mi memoria, me acuerdo siempre.

Algunos años después, durante una exposición de pintura en la casa de la cultura de Quetzaltenango, me enteré de la existencia de Zipacna, el hermano de Yvan, aunque en ese momento no tenía nada que pudiera vincular a ambos. También tuve la oportunidad de reencontrarme con Katine, aunque no recuerdo con precisión el lugar en París donde nos encontramos. Ese día estábamos acompañados por José Mejía, Jaime Díaz Rozzotto y, seguramente, otras personas. Sin embargo, al rememorar ese instante, creía que era la primera vez que conocía a la sobrina de Jacobo, lo que me llenó de una curiosidad especial.
Con el paso del tiempo, un día en casa de los Taracena en Belleville, París, Sophie, su pareja, mencionó a un artista que formaba parte de su círculo y que estaba inmerso en un proyecto ambicioso en Les Issambres, cerca de Roquebrune-sur-Argens, no muy lejos de Cannes, donde yo residía. Esta referencia despertó mi interés, y decidí ponerme en contacto con él, sin ser consciente en ese momento de los profundos lazos que lo unían a Yvan, Zipacna y Katine. Solo a través de nuestras largas conversaciones, que se extendieron a lo largo de los años y de los encuentros, fui descubriendo poco a poco estas conexiones, revelando un entramado familiar y recuerdos que enriquecieron mi comprensión de nuestra amistad.

Me sumergí en las narrativas que giraban en torno a Jacobo, escuchando, leyendo y observando, mientras me acercaba a aquel que había inspirado a Arturo Taracena, quien a su vez mencionaba a Rodríguez Padilla en un articulo. Entre ellos existía una distancia afectiva muy próxima que contrastaba con los elogios póstumos de otros narradores. Era evidente que Jacobo sentía un amor recíproco por los Taracena, así como lo había tenido con José Mejía y su compañera. Este entramado de relaciones y emociones se fue tejiendo a lo largo del tiempo, revelando la profundidad de los lazos que unían a estas figuras en un contexto artístico y personal que resonaba en mi propia experiencia
Estas interacciones, impregnadas de una sinceridad palpable, han dado lugar a la creación de un espacio donde el arte y la amistad se entrelazan, desvelando aspectos de sus personalidades y trayectorias que pocos han tenido la oportunidad de conocer.
Durante la época de la Gaillarde, lo visitaba casi todos los fines de semana, a menudo acompañado de mi hijo Zipacna. En ocasiones, él venía a mi casa, aunque en realidad, yo solía ir a buscarlo, ya que no contaba con transporte en esa zona.
Nuestras largas conversaciones eran un deleite; yo le permitía hablar, ya que se convertía en un verdadero diccionario al abordar la revolución guatemalteca, como si aún estuviera viviendo las victorias y las derrotas. Su pasión al hablar revivía a los caídos en combate, y su relación con la pintura era igualmente intensa. Tuve la fortuna de escuchar sus relatos sobre cada una de sus obras, y aún hoy, los recuerdo vívidamente, como si lo estuviera escuchando de nuevo narrar sus historias.
Nos encontramos en varias ocasiones en París, específicamente en la Rue Greneta. Recuerdo que sacábamos las sillas al pasillo de su apartamento, que estaba literalmente colmado de sus creaciones artísticas, ya fueran pinturas o esculturas. A veces yo reflexionaba sobre lo lógico que era que su mente estuviera tan repleta de creaciones, pues me había compartido que su imaginación rebosaba de ideas e inspiraciones. Cada rincón de su hogar contaba una historia, y cada obra parecía ser un reflejo de una parte de su ser. Un recuerdo imborrable que guardo de él es nuestra visita a Notre-Dame de París, donde, en un instante, mi hijo se nos escapó, y la preocupación de Jacobo fue palpable mientras lo buscaba con ansiedad. Al encontrarlo, el alivio en su rostro era evidente, una expresión que fortaleció aún más nuestra amistad.

Jacobo valoraba profundamente ciertos objetos, los cuales estaban imbuidos de recuerdos y de un cariño especial hacia personas que ocupaban un lugar importante en su vida. Entre las historias que lo rodeaban, se encontraba la de su hogar, que había sido asaltado, donde perdió tesoros que, aunque no tenían un valor material, eran invaluables en términos sentimentales. Uno de esos objetos significativos era una cámara fotográfica, un regalo muy querido de su amigo Huberto Alvarado, quien se la había traído de un viaje a la República Democrática Alemana. Esta cámara no solo era un instrumento para capturar imágenes, sino que también representaba un vínculo tangible con momentos vividos y emociones compartidas que perduraban en su memoria.
Durante la inauguración de la Sala Manuel José Arce en Albi, tuve la fortuna de encontrarme con una obra de Jacobo que capturó mi atención de inmediato. Al resaltar la notable similitud entre el personaje del cuadro y Manuel José, Jacobo tomó la decisión de renombrar su creación como «Retrato alegórico del poeta Manuel José Arce». Este acto fue mucho más que un simple cambio de nombre; fue una forma conmovedora de rendir homenaje a su amigo, de celebrar la conexión que compartían y de mantener viva la memoria de Manuel José a través de su arte. La obra, que ahora tengo presente delante de mi, evoca una profunda admiración por la capacidad de Jacobo de entrelazar su vida amistosa con su expresión artística.
La obra de Jacobo no solo es un reflejo de su talento, sino también un testimonio de las relaciones que han marcado su existencia. Cada trazo y cada color en su pintura cuentan una historia, una narrativa que va más allá de lo visual y se adentra en el ámbito emocional. Al contemplar su trabajo, se puede sentir la esencia de las personas que han influido en su vida, así como el dolor de las pérdidas que ha sufrido. La cámara que una vez capturó momentos felices y la obra que ahora rinde homenaje a un amigo son solo ejemplos de cómo Jacobo ha logrado transformar su dolor en belleza, creando un legado que perdurará en el tiempo.
Jacobo era conocido por su inseparable cuaderno, un fiel compañero que lo acompañaba en cada momento de inspiración. Cuando se encontraba ante una escena que le conmovía, se detenía para plasmar en sus páginas lo que sus ojos captaban: una explosión de colores, formas danzantes y movimientos que parecían cobrar vida. A pesar de que intentaba sumergirme en su visión, me resultaba difícil percibir las mismas sutilezas que él lograba captar, así como comprender la belleza intrínseca de sus representaciones. Sin embargo, tras su fallecimiento, me sorprendió descubrir que algunos de sus cuadernos estaban a la venta en un sitio web por unos pocos cientos de euros, una triste realidad que contrastaba drásticamente con la riqueza y profundidad de su universo creativo.
Es fundamental compartir mis recientes visitas a La Gaillarde, un lugar que ocupa un espacio especial en mi corazón. Cada vez que tengo la oportunidad, me encuentro conversando con la persona encargada del lugar, abordando el tema del mural que conmemora el paso de Jacobo por la Costa Azul. En mi última visita, una ola de emociones me invadió al darme cuenta de que la obra había sido mutilada para permitir la instalación de una puerta que conectara dos espacios. Esta transformación no solo alteró la integridad del mural, sino que también cortó una secuencia narrativa que era esencial para entender el mensaje que Jacobo quería transmitir.

Relatar este hecho es crucial en el homenaje que rendimos a este artista y a su legado. La mutilación del mural no solo representa una pérdida física de su obra, sino que también simboliza un desdén hacia la historia y la memoria que él dejó en ese lugar. Cada trazo, cada color, cada forma en su mural contaba una historia que merecía ser preservada en su totalidad. Al ver cómo se despoja a su arte de su esencia, me siento impulsado a reflexionar sobre la importancia de cuidar y valorar el legado de aquellos que, como Jacobo, han dejado una huella imborrable en el mundo del arte.
Es probable que por la relación con el pasado de la colonia Mailler Rock, o por la época de La Gaillarde, o quizás por el día de Nuestra Señora de París, o por el cambio de nombre de la obra de Manuel, o por los instantes dedicados a dialogar con la dirección de La Gaillarde, y en esa ira que me invadió al encontrar aquella puerta en el mural, quizás por todo esto escuché que me llamo a veces : « ¡Hermano! ».
Luis Paraiso
La Gaillarde 2017

Juan Jacobo Rodríguez Padilla est né le 20 août 1922 à Guatemala, dans une famille d’artistes, où la peinture et la sculpture se mêlaient avec les racines Mayas. Sa passion pour l’art était aussi grande que son attachement à son pays, qui a toujours été une source d’inspiration pour lui. Bien qu’il ait eu un amour particulier pour Paris, il a pris la décision de quitter cette ville le 5 octobre 2014 à l’âge de 92 ans, sans jamais renier ses racines guatémaltèques. Son lien avec la culture et l’héritage artistique du Guatemala est resté indéfectible tout au long de sa vie. En ayant eu la chance de connaître Jacobo, j’ai eu l’impression que c’était le Guatemala qui l’avait abandonné, une réflexion sur la manière dont certains pays traitent leurs enfants prodigues.

L’émergence d’une amitié avec Jacobo prend racine dans ma rencontre avec Yvan De Léon, son neveu, à l’école primaire Orden de Malta. À cette époque, Yvan vivait avec sa famille dans la colonie Milles Rock, un ensemble qui regroupait trois colonies distinctes : La 3 de Julio, La 1ero de Septiembre et Milles Rock. J’avais alors environ onze ans, et nous étions dans la même classe, partageant aussi pendant les matinées des moments d’apprentissage au cours d’un atelier d’agriculture, une initiative visant à occuper notre temps de manière constructive, probablement dans les années 1966. Les cris de Katine, l’appelant à la demande de sa mère, résonnent encore dans ma mémoire. Oui, je m’en souviens !.
Quelques années plus tard, lors d’une exposition de peinture à la Maison de la culture de Quetzaltenango, j’ai eu vent de l’existence de Zipacna, le frère d’Yvan, mais je n’avais rien pour relier les deux personnes. Il m’est arrivé aussi de rencontrer Katine, je ne me souviens pas l’endroit à Paris, mais ce jour, nous étions José Mejia, Jaime Diaz Rozzotto, sûrement d’autres personnes. À ce moment, sans faire retour à 1966, je croyais que c’était la première fois que je rencontrais la nièce de Jacobo.

Mais bien avant cet épisode , un jour, chez les Taracena à Belleville, Paris, Sophie, la compagne d’Arturo, mentionna un artiste, membre de leur cercle, qui s’engageait dans un projet ambitieux à Les Issambres, non loin de Roquebrune-sur-Argens, à quelques encablures de Cannes où je résidais.
Cette mention a éveillé ma curiosité, et j’ai décidé de le contacter, sans réaliser à ce moment-là les liens profonds qui l’unissaient à Yvan, Zipacna et Katine. Ce n’est qu’à travers nos longues discussions, au fil des années et des rencontres, que ces connexions se sont progressivement dévoilées, laissant voir un réseau familial et des souvenirs qui ont enrichi ma compréhension de notre amitié.
J’ai plongé dans les récits qui parlent de Jacobo, les écoutant, les lisant et les observant, tout en me rapprochant de celui qui avait inspiré Arturo Taracena, qui à son tour évoquait Rodriguez Padilla. Il fait une description de la vie de Jacobo pas a pas realiste ce qui contrastait avec les éloges post mortem des autres narrateurs. Il était évident que Jacobo nourrissait un amour réciproque pour les Taracena, tout comme il l’avait avec José Mejia et sa compagne.
Ces interactions, empreintes d’une sincérité palpable, ont permis de créer un espace où l’art et l’amitié se mêlaient avec les autre compatriotes révélant des facettes de leur personnalité et de leur parcours que peu avaient eu l’occasion de découvrir.
Lors de la période de la Gaillarde, je le visitais presque tous les fins de semaine, souvent avec mon fils Zipacna, et parfois il est venu chez moi, bien… j’allais le chercher, il n’avait pas de transport dans cet endroit.
Des longues discussions, de ma part, je le laissais parler : c’était un dictionnaire quand il parlait de la révolution guatémaltèque comme s’il vivait encore les victoires et les déroutes, passionné dans la parole, il revivait les morts dans les combats, il vivait la peinture de la même manière et j’ai eu la chance d’écouter le récit sur chacune de ses œuvres et je pense encore et je le vois encore les raconter.
Nous avons eu l’occasion de nous croiser à plusieurs reprises à Paris, plus précisément dans la Rue Greneta. Je me rappelle que nous sortions les chaises dans le couloir de son appartement, qui était littéralement envahi par ses œuvres d’art, qu’il s’agisse de peintures ou de sculptures. Parfois, je me disais que c’était tout à fait logique que son esprit soit si riche en créations, car il m’avait confié que son imagination débordait d’idées et d’inspirations. Chaque coin de son espace de vie racontait une histoire, et chaque œuvre semblait être le reflet d’une partie de lui-même.
Lors d’une de ces rencontres a Paris je me souviens avoir vu son fils Jean Akbal en compagnie de Jacobo, un garçon un peu bizarre j’appris long temps après qu’il avait retournais au Guatemala et disparu comme tant de guatemalteques.
Un souvenir marquant que je garde de lui est notre visite avec mon épouse Bernadette et mon fils Zipacnà à Notre-Dame de Paris avec Jacobo. À un moment donné, mon fils a échappé à notre prise et nous l’avons perdu pendant une trentaine de secondes, peut-être même moins. Je me souviens de l’inquiétude qui s’est emparée de Jacobo alors qu’il cherchait frénétiquement mon fils. Lorsque nous l’avons finalement retrouvé, j’ai pu lire sur le visage de Jacobo un immense soulagement, une expression d’amitié profonde qui a renforcé notre lien. Ce moment, bien que stressant, a été un témoignage de la solidarité et de l’affection que nous partagions.
Jacobo tenait à cœur certains objets, souvent chargés de souvenirs ou d’affection pour des personnes qui lui étaient chères. Parmi les récits qui l’entouraient, il y avait celui de son appartement, victime d’un cambriolage, où il avait perdu des trésors inestimables sur le plan sentimental. L’un de ces objets était un appareil photo, un cadeau précieux de son ami Huberto Alvarado, qui lui avait été rapporté lors d’un voyage en République Démocratique Allemande. Cet appareil ne représentait pas seulement un outil de capture d’images, mais un lien tangible avec des moments et des émotions partagés.

Lors de l’inauguration de la Salle Manuel José Arce à Albi, j’ai eu la chance de découvrir une œuvre de Jacobo qui a immédiatement attiré mon attention. En soulignant la ressemblance frappante entre le personnage du tableau et Manuel José, Jacobo a rapidement décidé de renommer son œuvre Portrait allégorique au poète Manuel José Arce. Ce geste était bien plus qu’un simple changement de titre ; c’était une manière touchante de rendre hommage à son ami, de célébrer leur lien et de préserver la mémoire de Manuel José à travers l’art. Je regarde cette œuvre qui est devant moi en ce moment.
Jacobo était également connu pour son carnet qu’il emportait partout, un compagnon fidèle dans ses moments d’inspiration. Lorsqu’il se trouvait face à une scène qui le touchait, il s’arrêtait pour y inscrire ce qu’il voyait : des couleurs, des formes, des mouvements. Personnellement, je n’arrivais pas à percevoir les mêmes nuances que lui, ni à comprendre la beauté de ce qu’il capturait. Cependant, quelques jours après sa mort, j’ai été frappé de voir certains de ses carnets mis en vente sur un site Internet pour quelques cent euros, une triste réalité qui contrastait avec la richesse de son univers créatif.

Il me semble essentiel de vous faire part de mes récentes visites à La Gaillarde, un lieu qui m’est cher. À chaque occasion que je peux, je dialogue avec la personne chargée de l’endroit, abordant le sujet du mural souvenir du passage de Jacobo sur la Côte d’Azur. Cependant, lors de ma dernière venue, une vague d’émotion m’a submergé en découvrant que l’œuvre avait été mutilée pour permettre l’installation d’une porte reliant deux espaces. Cette transformation a coupé une séquence du mural. Vous raconter ce fait, c’est important dans l’hommage que nous rendons à cet artiste et à son héritage.

Il est possible que pour le passé de la Mailler Rock, pour le temps de La Gaillarde, pour le jour de Notre-Dame de Paris, pour le tableau de Manuel, pour les moments pris pour aller parler avec la direction de La Gaillarde, pour cette colère qui m’a pris quand j’ai découvert cette porte sur le mural, sûrement pour cela que je l’entendisse me dire de la part de Jacobo : « Hermano ! »
Luis Paraiso
La Gaillarde 2017
Juan Jacobo Rodriguez Padilla o los pormenores de una amistad.
