Claude Bernard sculpteur du temps qui passe.

Je suis convaincu que l’être humain est en perpétuel mouvement. Cette conviction m’a permis de changer à plusieurs reprises de carrière tout en poursuivant un objectif unique : faire comprendre, à travers ma profession, que rien n’est inéluctable. Il est indéniable que le métier d’éducateur m’a offert l’opportunité de mettre en pratique cette philosophie. Être éducateur est une vocation où le stress est omniprésent, et il est essentiel de s’accorder des pauses. Ainsi, varier mes activités ou changer d’occupation, même pour quelques heures, ne peut qu’apporter des bienfaits. Issu d’un héritage rural, ma famille, parmi les Indiens pokomams, a pour tradition d’enterrer nos ancêtres avec une poignée de terre dans la main.

Cultiver cette terre m’est donc apparu comme une alternative idéale pour m’ancrer davantage dans mon travail. Sans autre réflexion que celle de trouver un exutoire à mes émotions, je me suis lancé à la recherche d’un petit terrain afin de mettre en pratique mes anciennes connaissances en agriculture. Le contact avec mon passé de technicien agricole devrait, j’en suis persuadé, engendrer des pensées apaisantes. C’est dans cette quête que j’ai eu le plaisir de rencontrer Claude Bernard et son épouse Marie-Claire.

Dans un coin de leur jardin, j’ai commencé à mettre en terre quelques tomates, fèves et autres légumes, tout en cultivant des liens d’amitié et de partage. Évoquer mes amis en quelques mots est un défi, car leur essence est imprégnée de talents variés, de cultures riches, de connaissances étendues, de voyages fascinants et d’une profonde conscience sociale. Pour décrire Claude, je pense immédiatement à son art de sculpteur. C’est un artiste singulier, entouré de plusieurs tonnes d’acier, abandonnées dans son domaine, témoins du passage du temps.

Ce qui est fascinant, c’est sa manière de laisser la nature façonner ces matériaux, les exposant à la pluie et au sable du désert, apporté par le Sirocco, pour qu’ils se transforment lentement. Ces morceaux de métal ont déjà connu de nombreuses vies, entre les mains de paysans, d’ouvriers et d’artisans. L’art de Claude Bernard réside dans sa capacité à voir dans ces outils le reflet d’un passé riche, évoquant les mains qui ont labouré la terre, le front du forgeron, et la sueur qui a nourri l’acier incandescent. Avec sagesse, il extrait de ce tas de ferraille son ultime expression, prouvant ainsi que rien ne disparaît vraiment.

Dans l’atelier de Claude, chaque morceau de métal raconte l’histoire de la révolution industrielle du XVIIIe siècle, le passage du forgeron au métallurgiste, du paysan à l’agriculteur, de l’artisan à l’industriel. Faire parler ces morceaux de ferraille, c’est redonner vie aux récits de ceux qui nous ont précédés. En transformant ces débris en œuvres d’art, il s’oppose au déterminisme et offre une voix à ce qui n’était que fer rouillé. Parfois, je perçois l’écho d’un grand-père, ses mains marquées par le labeur de la terre, coupant le sol comme on tranche le pain

Claude possède un précieux catalogue de ses œuvres, prêtes à être partagées et admirées lors d’une exposition à la hauteur de son talent. Ses sculptures, à la fois décoratives et apaisantes, s’intègrent harmonieusement dans n’importe quel intérieur sans perturber l’ambiance du lieu. De plus, il a réalisé des pièces de grande envergure, idéales pour embellir de vastes jardins ou des forêts, apportant une touche artistique à ces espaces naturels.

Luis Paraiso

Montauroux France

Claude Bernard esculptor del tiempo que pasa

Estoy convencido de que el ser humano está en constante evolución. Esta creencia me ha permitido cambiar de carrera en varias ocasiones, siempre con un único objetivo en mente: demostrar a través de mi trabajo que nada es inevitable. Sin duda, la profesión de educador me ha brindado la oportunidad de aplicar esta filosofía en la práctica. Ser educador es una vocación que conlleva un alto nivel de estrés, por lo que es fundamental permitirse momentos de descanso. Alternar mis actividades o cambiar de ocupación, aunque sea por unas pocas horas, solo puede traer beneficios.

Proveniente de un legado rural, mi familia, que forma parte de los indígenas pokomams, tiene la tradición de enterrar a nuestros ancestros con un puñado de tierra en la mano. Cultivar esta tierra se me presentó como una alternativa perfecta para conectar aún más con mi labor. Sin más reflexión que la de encontrar un desahogo para mis emociones, decidí buscar un pequeño terreno donde pudiera aplicar mis conocimientos previos en agricultura. Estoy convencido de que el contacto con mi pasado como técnico agrícola generará pensamientos tranquilos y reconfortantes.

En esta búsqueda, tuve la fortuna de conocer a Claude Bernard y su esposa Marie-Claire. Este encuentro ha sido enriquecedor y ha añadido una nueva dimensión a mi experiencia. La conexión con la tierra y las personas que la habitan me ha permitido no solo reencontrarme con mis raíces, sino también encontrar un equilibrio en mi vida profesional y personal. Cada día, al trabajar la tierra, siento que estoy cultivando no solo plantas, sino también mi bienestar emocional y espiritual.

En un rincón de su jardín, comencé a cultivar algunos tomates, habas y otros vegetales, y también cultivaba lazos de amistad y colaboración con la familia Bernard. Hablar de mis amigos en pocas palabras es un reto, ya que su esencia está impregnada de talentos diversos, culturas vibrantes, amplios conocimientos, viajes cautivadores y una profunda conciencia social. Cuando pienso en Claude, lo primero que me viene a la mente es su habilidad como escultor. Es un artista único, rodeado de toneladas de acero, que yacen en su terreno, testigos del paso del tiempo.

Lo que resulta fascinante es su forma de permitir que la naturaleza modele estos materiales, exponiéndolos a la lluvia y al polvo del desierto, traído por el Sirocco, para que se transformen lentamente. Estas piezas de metal han vivido muchas vidas, habiendo estado en manos de campesinos, trabajadores y artesanos. El arte de Claude Bernard radica en su capacidad para ver en estas herramientas el reflejo de un pasado rico, evocando las manos que han cultivado la tierra, el sudor del herrero y la dedicación que alimentó el acero candente.

Con sabiduría, extrae de este montón de chatarra su máxima expresión, demostrando así que nada desaparece realmente. Cada escultura que crea es un homenaje a las historias que esos materiales han vivido, un recordatorio de que el arte puede surgir de lo que otros consideran desecho. En su trabajo, Claude nos invita a reflexionar sobre la conexión entre el pasado y el presente, y a apreciar la belleza que se encuentra en la transformación y la reutilización de lo que ya no se considera útil.

En el taller de Claude, cada fragmento de metal narra la historia de la revolución industrial del siglo XVIII, marcando la transición del herrero al metalúrgico, del campesino al agricultor, y del artesano al industrial. Al dar voz a estos trozos de chatarra, revive las historias de aquellos que nos precedieron. Transformar estos restos en obras de arte es un acto de resistencia contra el determinismo, ofreciendo una nueva voz a lo que antes era solo hierro oxidado. A veces, siento el eco de un abuelo, con sus manos surcadas por el trabajo en la tierra, labrando el suelo como si cortara el pan.

Claude cuenta con un valioso catálogo de sus creaciones, listas para ser compartidas y admiradas en una exposición que refleje su talento. Sus esculturas, tanto decorativas como tranquilizadoras, se integran de manera armónica en cualquier espacio, sin alterar la atmósfera del lugar. Además, ha creado piezas de gran tamaño, perfectas para embellecer amplios jardines o bosques, aportando un toque artístico a estos entornos naturales.

Luis

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